miércoles, 10 de febrero de 2016

Hobbes y el Quijote - 2



Las menciones de Locke y de Hume son meramente anecdóticas y delatan tan sólo el placer que su lectura produjo en ambos filósofos. No es así en el caso de Hobbes, cuya brevísima referencia es doblemente luminosa: Hobbes nos ofrece una clave de lectura de la novela de Cervantes y la novela, por su parte, nos ayuda a comprender algunos aspectos de la filosofía política de Hobbes. La cita dice así:

Y la locura galante de Don Quijote no es más que una expresión del colmo de vana gloria que la lectura de novelas puede producir en hombres pusilánimes.

La referencia es breve, pero contiene un par de indicios decisivos que permiten que nos orientemos en la tarea de dilucidar cómo leyó Hobbes a Cervantes. Ante todo, Hobbes considera que el verdadero protagonista de la novela es el señor Alonso Quijano y no el caballero andante Don Quijote de La Mancha. Es Alonso Quijano el hombre pusilánime que lee novelas de caballería. Cuando Alonso Quijano personifica a Don Quijote, ya ha dejado de leer novelas... y quizás también haya dejado de ser pusilánime. Es al comienzo y al final de la obra, en el primer capítulo de la primera parte y en el último de la segunda, donde mejor podemos conocer a Alonso Quijano, antes de convertirse lentamente delante de todos nosotros en Don Quijote y cuando abandona, también delante de nosotros, su actuación. Durante el transcurso de la novela suele encandilarnos la brillante figura de Don Quijote y sus avatares haciéndonos olvidar que detrás del inverosímil disfraz de caballero andante está el señor Quijano, el actor que actúa de Don Quijote.  

Con el propósito de comprender mejor en qué consiste la lectura hobbesiana del Quijote, imaginemos dos situaciones ficticias – dos argumentos – diferentes. En el primero, caminamos por Buenos Aires. Al cruzar por la plaza de Barrancas de Belgrano nos encontramos con Don Juan Manuel de Rosas, que ejerció la tiranía en estas tierras en el siglo XIX y murió en el exilio en Inglaterra. La ficción nos propone que el mismo Rosas está vivo, sentado en un banco de la plaza y que un grupo de curiosos lo rodea y conversa con él acerca de su gobierno y de su exilio. Rosas responde con naturalidad, pero se asusta cuando frena un automóvil y le llaman la atención esas cosas que de tanto en tanto surcan los cielos. Es el propio Rosas redivivo, resucitado, trasladado a nuestro presente, quien está aquí entre nosotros. curso de fotografia

En el segundo argumento también caminamos por Buenos Aires, cruzamos por la Plaza de Barrancas de Belgrano y nos topamos con Rosas. Nos acercamos a él y no tardamos en reconocer, bajo el burdo disfraz de Rosas, a un viejo profesor de historia argentina de la Facultad de Filosofía y Letras, vestido y peinado según el retrato que nos queda del tirano. Lo saludamos por su verdadero nombre, nos identificamos esperando que nos recuerde. Inútil; no cede e insiste en que es Rosas. El viejo profesor siempre fue un poco desequilibrado y ahora ha terminado de perder el juicio. Admiramos la solvencia con que responde las preguntas y nos reímos de la sutileza de los comentarios que es capaz de hacer.  Sin embargo, el sable de plástico, los botones dorados que hacen las veces de condecoraciones, la impostación de su voz son, en el fondo, patéticos. Un hombre mayor disfrazado como un niño en un acto escolar. El profesor nos da pena. Esta última situación ficticia es la que, según Hobbes, nos propone Cervantes. La clave de lectura hobbesiana consiste en tener siempre presente que el verdadero protagonista de la novela es Alonso Quijano y que Don Quijote es un personaje de segundo orden. Es creación, es la actuación de Quijano. curso de inglés

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