viernes, 29 de enero de 2016

La progresiva distinción entre el orden lógico y el real - Parte 2



(Continuación primera parte)

Con respecto a la prueba a priori, Kant mantiene en este escrito una actitud un tanto ambigua. Rechaza el concepto de causa sui por considerarlo ininteligible (proposición VI), y por ello tampoco acepta los términos en que se presenta esta pr
ueba cuando se afirma que Dios posee en sí mismo la razón de su propia existencia. Sin embargo, el núcleo del argumento permanece intacto: si bien es cierto que Dios no puede ser la
ratio determinans antecedenter de sí mismo, de todos modos su existencia puede ser demostrada mediante la imposibilidad de negarla. Esta imposibilidad será sólo la ratio cognoscendi de la existencia de Dios (“razón porque o de conocer”, según la definición de la sección II). La existencia actual de Dios “se anticipa a la propia posibilidad de sí mismo y de todas las cosas” (proposición VII). Si Dios no existiera, no sólo nada existiría, sino que nada sería siquiera posible. La posibilidad es un concepto derivado que requiere algo actual como materia de la posibilidad.

La refutación de la prueba a priori que ofrece en El único fundamento posible para demostrar la existencia de Dios [1763] es un claro indicio de que Kant abandona ciertos postulados racionalistas a favor de una incipiente actitud crítica. Distingue entre el es copulativo –que relaciona un predicado con un sujeto– y el es existencial, que no agrega un nuevo predicado, sino simplemente afirma la existencia de la cosa mentada (I, 2).curso de peluqueria Una misma cosa tiene exactamente los mismos predicados cuando existe y cuando es sólo posible. El término existe se refiere al origen empírico del conocimiento que poseemos de algo (I, 1). Todos los predicados están puestos sólo relativamente a un sujeto, que puede existir o no. La existencia, en cambio, indica la posición absoluta de la cosa, es decir, la posibilidad de experimentarla. Por lo tanto, la existencia de una cosa no puede ser inferida únicamente a partir de conceptos.curso de auxiliar de farmacia

miércoles, 27 de enero de 2016

Objeciones básicas a la pregunta de G.W. Leibniz

Teniendo en cuenta esta distinción crítica entre pensar y conocer, es posible comprender las objeciones básicas que la filosofía de Kant formula a la pregunta de Leibniz. La pregunta implica dos supuestos:

1. Aceptar como evidente el principio de razón suficiente: “Nada hay sin razón o ningún efecto hay sin causa” (“Primeras verdades”, C 519; EF 340). Según Leibniz, este principio vale tanto para la verdad de las proposiciones como para la existencia de las cosas y, una vez enunciado, la primera pregunta que tenemos derecho a formular es: “¿Por qué hay algo y no más bien nada?” (Principios de la naturaleza y de la gracia, § 7).
2. Afirmar que las cosas mismas, cuya razón de ser se busca, se dan modalizadas. Si todo lo que es –salvo Dios– no fuese contingente, y si Dios no existiera necesariamente, entonces no habría sido posible formular la pregunta ni intentar responderla recurriendo a la prueba a priori. Leibniz la formula porque considera probado el argumento que parte de la contingencia del mundo y concluye que por lo menos un ser existe de modo necesario.
La filosofía crítica opone una objeción común a ambos supuestos. La pregunta abarca todo lo que es, y Leibniz comenzó su desarrollo dividiendo dicha totalidad en cosas inmutables y cambiantes, de acuerdo con un criterio temporal. También Kant ofrece una división de todo lo que es, pero lo hace, conforme a su revolución copernicana, desde la perspectiva del conocimiento. Por un lado, se encuentra lo cognoscible a priori; por otro, lo cognoscible a posteriori; y por último, lo incognoscible, que es meramente pensable.
Dado que la facultad de conocimiento del hombre no puede sino imponer condiciones o formas, y sólo se conoce lo que se ajusta a ellas, no es posible saber lo que las cosas son en sí mismas.

Al trazar esta división entre ser en sí (noúmeno) y ser para mí (fenómeno), el primero meramente pensable, el segundo cognoscible, se restringe el ámbito de lo que es legítimo preguntar y responder. Si la cosa en sí, que afecta la facultad de conocimiento de manera desconocida, no es ni contingente, ni real ni necesaria, ni tampoco es efecto de alguna causa, ¿con qué derecho habrá de preguntarse por su razón de ser, ya que nada hay que indique que bien podría no haber sido? Esta objeción fundamental a la posibilidad de formular y responder la pregunta de Leibniz se comprenderá mejor si se examina cómo, teniendo en cuenta la división entre fenómeno y noúmeno, Kant redefine el alcance y significado tanto del principio de razón suficiente como de las categorías modales.

viernes, 22 de enero de 2016

Una infección nacional - Parte 1



Extracto del texto “La Peste”

“Una infección nacional”

En 1743 un nuevo brote de peste bubónica amenaza desembarcar en las Islas Británicas procedente de ultramar. Horace Walpole, miembro del parlamento inglés, escribe desde Londres a su amigo Sir Horace Mann: «La ciudad está furiosa, pues Ud. sabe, para los comerciantes no hay peor plaga que un freno en los negocios [...]. Yo estoy temeroso de que tengamos la plaga: una isla, tantos puertos, ningún poder suficientemente absoluto o activo para establecer precauciones necesarias, ¡y todas son necesarias! ¡Es terrible!».  El escenario es, esta vez, la Cámara de los Comunes y Walpole es el actor; pero se trata de una tragedia bien conocida: el Estado se bate, con un brazo atado a la espalda, contra la peste.  La historia enseña que las políticas públicas sanitarias comenzaron a implementarse con dificultad, venciendo obstáculos puestos por teólogos, supersticiones populares, universidades, colegios médicos, curias y comerciantes, cuya confusa fusión de intereses y presuntos saberes negaban aquello que los gobernantes, desde su privilegiado lugar de observación, veían con evidencia: hay contagio y hay medidas que pueden ordenarse para paliarlo. El conocimiento, sostenía Platón, debía ser requisito para el ejercicio del poder. Los relatos de la peste permiten concluir, en general, la tesis contraria: quienes ejercen la función de gobierno, quienes detentan el poder y la responsabilidad pública, tienen por ello acceso a un conocimiento que permanece oculto al hombre en el llano, sabio o ignaro, o que demora en adquirirlo. cursos de enfermeria

Tucídides, hombre político, logró averiguar el origen geográfico de la peste que afectó a Atenas, pero confiesa que ni él ni nadie acertó en su etiología ni tratamiento: «No aprovechaba el arte humana, ni los votos ni plegarias en los templos, ni adivinaciones ni otros medios, de que usaban, porque en efecto valían muy poco». Los teólogos del Dios del Libro no se resignaron a una docta ignorancia y buscaron conciliar genocidio y  Providencia Divina. La lógica del Islam excluía la posibilidad del contagio: Dios, el único, no admite el azar de causas segundas; se enferma quien estaba predestinado a enfermarse. Bienvenida la muerte, ocasión de martirio. La tradición atribuye a Mahoma  la sentencia: «No hay contagio», que aparece en una lista de creencias supersticiosas que deben ser eliminadas: «No hay contagio, no hay adivinación por pájaros, no hay lechuza, no hay serpiente», resabios de animismo pagano que denotan un sistema causal caprichoso. Al beduino que por experiencia sabe que un camello sarnoso enferma de sarna a otros, responde el ulema: «¿De quién pudo contagiarse el primer camello?» cursos de maquillaje

miércoles, 20 de enero de 2016

Jean-Jacques Rousseau: la metafísica supeditada a la moralidad - Parte 1

La primera pregunta que tenemos derecho a formular según Leibniz, y con la que Hume introduce su refutación al argumento a priori, no la reitera Kant, quien, sin embargo, se preocupa por criticar de forma prolija la cosmología y teología racionales. Antes de examinar el sentido de la pregunta y de su posible respuesta a la luz de la filosofía criticista, quisiera sugerir una explicación de por qué no estaba en el ánimo del heredero de Hume y Leibniz centrar su obra en torno a esta pregunta fundamental.
Kant introduce un cambio radical en la orientación y propósito de la metafísica. Los problemas que se debatían bajo los títulos de ontología, psicología y teología –títulos que Kant conserva quizás debido a su afán arquitectónico– ceden su puesto a una nueva fundamentación de la ética. La meta de la Crítica de la razón pura es allanar el camino a la Crítica de la razón práctica [1788], y los problemas tradicionales de la metafísica sufren un reordenamiento en beneficio de este nuevo interés. La siguiente reflexión de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) indica el destino reservado a preguntas puramente teóricas tales como la de Leibniz.
Pero este mismo mundo ¿es eterno o ha sido creado? ¿Hay un principio único de las cosas? ¿Hay dos, o más? ¿Y cuál es su naturaleza? Nada sé y nada me importa. A medida que tales conocimientos se vuelvan para mí interesantes, me esforzaré por adquirirlos; por ahora reconozco que son cuestiones ociosas que pueden inquietar mi amor propio, pero que son inútiles para mi conducción y superiores a mi razón.

Creo que estas palabras del Vicario Saboyano recibieron un total consentimiento por parte de Kant. Es conocida la anécdota que refiere que fue a causa de la lectura del Emilio que Kant interrumpió por única vez el curso ordenado de su vida cotidiana. Conviene subrayar que vio en Rousseau al Isaac Newton del mundo moral, y con seguridad de él tomó –o con él coincidió– esta subordinación de las cuestiones metafísicas a la necesidad de fundamentar una ética. La pregunta dejó de ser fundamental porque la ética pasó a ser fundamental.


miércoles, 13 de enero de 2016

La relación entre la pregunta fundamental y la prueba a priori según G.W. Leibniz

De Kant y la pregunta fundamental (1981) extracto:

No se ha prestado debida atención al lugar que le cabe a la prueba a priori de la existencia de Dios en la respuesta que Leibniz da a la pregunta: “¿Por qué hay algo y no más bien nada?” Leibniz consideró que, si se acepta el principio de razón suficiente, dicha pregunta es la primera que tenemos derecho a formular.  Por el contrario, si se admite que algo pueda existir sin razón, entonces resulta imposible demostrar la existencia de Dios.  El principio de razón suficiente, la pregunta y las pruebas de la existencia de Dios se presentan como un grupo de problemas estrechamente relacionados entre sí.



En esta primera parte se tomará como texto básico De rerum originatione radicali [1697]  con el fin de:
1) mostrar que Leibniz da dos respuestas a la pregunta. (a) Primero prueba que hay un ser –Dios– que existe con necesidad metafísica, lógica o absoluta. Esta respuesta es parcial, ya que da razón de la existencia de un solo ser. Incapaz de demostrar a priori la existencia de las restantes cosas, (b) recurre entonces al principio de lo mejor y afirma que, entre un número infinito de mundos posibles, Dios le confirió existencia a este en particular porque sabe que es el mejor de todos. Esta segunda respuesta no se basa en una necesidad lógica, sino que es moralmente necesaria y propone una explicación general que abarca todo lo que existe. Aun cuando en ambas respuestas la razón última sea Dios, lo que significa Dios es en cada caso distinto: (b) implica la creencia religiosa en un Dios que no es tan sólo un ente de razón (ens rationis) –tal como ocurre en (a)–, sino que posee voluntad, es bueno, elige con absoluta libertad, etc., y por lo tanto está más allá de cualquier crítica filosófica.
Una vez reconocido el lugar que le cabe a la prueba a priori en la respuesta de Leibniz, se procederá a:
2) examinar si es posible considerar la respuesta parcial (a) como paradigma de lo que debería ser una respuesta racional completa. En otras palabras, se verá si es posible generalizar la primera respuesta de Leibniz tomando el argumento ontológico como modelo para mostrar cómo, en principio, sería posible dar razón suficiente de cada proposición existencial contingente si se la pudiera reducir a una identidad por medio del análisis infinito del concepto sujeto.